De El Diario: Emprendedores de Éxito en Estados Unidos
Maggie Maceiras y Georgette Hoyo (SoyDelicious), Yolanda Cuevas (Cuevas Distribution) y Jesús Tapia (J.R Revelry) nos cuentan sus inicios y los secretos de su éxito
Una nueva empresa puede arrancar en la cocina de una casa, mientras se recoge algodón a pleno sol o viajando por el mundo vendiendo licores. En cualquier caso, detrás de cada emprendedor siempre hay una historia de ilusión, entrega y compromiso por lograr el sueño de triunfar con un negocio propio. Aquí les traemos tres casos de éxito de latinos que han creado sus propias compañías en diferentes ciudades de Estados Unidos.
“O lo hacemos a lo grande o no lo hacemos”.
Ésa fue la propuesta que Maggie Maceiras le hizo en 2009 a su socia Georgette Hoyo cuando vio el potencial que tenía un negocio que habían montado de una forma muy doméstica y en el que trabajaban noches y fines de semana.
Es lo que se plantean muchos pequeños emprendedores cuando llega el momento de dar el segundo salto tras haber dado el primero, el de avanzar en una aventura empresarial. Es un momento difícil porque es cuando hay que crecer, hacer grandes apuestas e ir a por todas. Y Maceiras y Hoyo decidieron eso, ir a por todas. Su empresa SoyDelicious, fabricante de elegantes velas de soja aromáticas, estaba preparada para el despegue después de haber vendido en ferias de calles, bazares, en fiestas caseras y entre amigas.
Y la apuesta ha dado frutos. Maceiras y Hoyo, amigas, madres, maestras, descendientes de cubanos y residentes en Miami, crearon SoyDelicious en 2006 y ahora tienen una empresa que emplea a tres personas además de ellas mismas, el año pasado vendió 25,000 velas, tuvo un cremiento del 40%, es una empresa rentable y Maceiras cree que este año pueden crecer “otro 40% o 50%”.
Finalmente, apostar por el crecimiento y no volver “al trabajo del colegio con nuestros salarios y beneficios” fue un gran paso para estas amigas que empezaron en el negocio de las velas sin saber gran cosa ni de negocios ni de velas. Pero lo que sí que han demostrado es tener un gran instinto comercial y empresarial.
Maceiras cuenta que además de enseñar en un colegio, ella tenía un pequeño negocio de invitaciones. Cuando se quedó embarazada por primera vez no se le ocurrió dejar su trabajo de maestra, pero “según iba llegando la fecha de dar a luz pensaba más y más en retrasar la vuelta y una vez que la niña nació no quise volver”.
Hoyo también tuvo un bebé y era profesora de Pre-K. La vuelta al trabajo para ella fue muy dura y habló con su amiga de alternativas que les permitiera quedarse con sus hijos. El negocio de invitaciones de Maceiras no era suficiente pero recordó que en un viaje había olido una vela (de dulce de leche) en una tienda y que costaba $80.
“Y pensé: ¿cuán difícil puede ser hacer una vela?, así que le propuse hacer velas”, recuerda Maceiras. Su amiga ni le contestó. “Creo que pensó que estaba loca”, dice riéndose.
Dos semanas más tarde, Hoyo volvió a hablar con Maceiras, “¿cómo hacemos velas?“.
La respuesta estaba en un kit para hacerlas que compraron y en el que venían todos los ingredientes. Investigaron las fragancias que más les gustaban y en la cocina de Maceiras empezaron a hacer las primeras velas que luego vendían entre amigas para luego seguir con los mercados y eventos caritativos que ellas mismas organizaban. El nombre llegó en 2007 inspirado por una canción de Fergie.
Cuando se plantearon dar el segundo paso empezaron a ir a ferias de regalos y exponer su producto. El primer trade show fue en Atlanta donde Maceiras admite que se dieron cuenta de lo mucho que tenían que aprender, entre otras cosas cambiar el paquete de presentación. Una de las cosas que hicieron fue contratar a una firma de relaciones públicas que incluyó su producto en la bolsa regalo de los Latin Grammy, un evento que les abrió una gran cuenta en México y que fue una buena experiencia pero no tuvo continuidad porque su efecto de marketing era limitado.
De los regalos a los spas
En 2010 Maceiras se quedó embarazada de nuevo y Hoyo tampoco pudo comprometerse por motivos familiares así que “echamos un poco el freno, no fuimos a los trade shows y repensamos la paquetería. En 2011 volvimos con fuerza”, pero en vez de centrarse en el mercado del regalo se enfocaron por el de los spas.
“Nuestras velas son perfectas para masajes y la soja es hidratante”. La agenda de Maceiras tiene anotadas varias ferias de spa en su agenda mientras que Hoyo se ocupa del etiquetado, empaquetado y el envío de órdenes.
La producción de las velas la hace ahora una persona especializada, aunque son ellas las que proporcionan el diseño, los materiales y las fragancias. Hace algo más de dos años contrataron a su primera empleada.
Esta ex maestra dice que aunque ella es la que se ocupa sobre todo de las ventas y que lo que sabe lo aprendió de su padre “un hombre de negocios con quien trabajaba en los veranos hace años”. Pero admite que tiene mucho que aprender, que el trabajo le están enseñando todos los días y aprende porque además no tiene otra alternativa.
“Eso sí, todos los días me maravillo al pensar lo lejos que han llegado estas dos cubanas de Miami”, dice con satisfacción.
En tres años quieren haberse expandido en EEUU poco a poco. “Ahora tienen cuentas en varios estados además de República Dominicana, Puerto Rico, México y Nigeria, pero quieren crecer ahora en Texas y California.
“No quiero saturar el mercado pero sí tener una marca reconocida”, explica Maceiras.
Yolanda Cuevas: “Soñaba con tener aire acondicionado”
Si no han conocido nunca a nadie que soñara trabajar en una empresa telefónica, permítanme que les presente a Yolanda Cuevas.
Cuevas es hoy la presidenta de Cuevas Distribution, una empresa en Fort Worth (Texas) que fundó en 1993 y que distribuye material para laboratorios médicos y centros de investigación (jeringas, guantes, gafas, gasas, máscaras, etc), además de equipamiento para riesgo biológico. Con ella trabajan siete personas, entre ellas, sus hijas y su ex marido.
La empresa, que ha sido recientemente galardonada con un reconocimiento y una beca por el programa Mission Main Street de Chase, la creó cuando tenía 46 años.
Ahora que tiene 68 dice que es algo que dice que disfruta mucho. Pero no era su sueño de niña o adolescente. Entonces, lo que deseaba era trabajar para una telefónica. ¿Por qué? Por el aire acondicionado.
Yolanda Cuevas empezó a trabajar a los 10 años en el campo recogiendo algodón para ayudar a su extensa familia, y en esas circunstancias lo que ansiaba era escapar el calor. Lo que sabía de las telefónicas era que tenían aire acondicionado.
“A veces comíamos pollo los fines de semana”
Cuevas, habla con voz dulce de experiencias duras que dan buena muestra de su tenacidad y fortaleza. Pero dice ser vehemente y desde luego no da rodeos al describir la situación en su infancia. “Eramos muy pobres”. “A veces comíamos pollo los fines de semana”, dice al hablar de una dieta dominada por el arroz y los frijoles.
Sus padres, mexicanos llegados a Texas cuando eran niños, tuvieron 13 hijos y su padre tenía dos trabajos.
“Los hijos teníamos que colaborar. No era trabajo infantil, era lo que tocaba”, dice. Lo que también recuerda de la casa de sus padres también es que “había mucho amor”.
Cuevas tuvo una pequeña beca para estudiar pero seguía trabajando. Hasta los 18 años en el campo, aunque también limpiando moteles, en una pastelería, etc.
“Siendo mexicana o negra no se podía conseguir un buen trabajo porque te miraban por encima del hombro. Yo no tenía ropa adecuada para trabajar en una tienda”, explica. Cuevas vivió en primera persona los prejuicios raciales aquellos años.
Finalmente y tras solicitarlo varias veces empezó a trabajar en una telefónica independiente en San Marcos (Texas).
Abrir un negocio sin tanta presión
Apenas empezaba a estudiar cuando se casó y su esposo, mexicano, fue llamado a filas. Es algo que llevó a ambos a Alemania durante dos años. Él terminó la carrera de ingeniería y al volver a Texas, trabajó para General Dynamics en Fort Worth. Cuevas se empleó en otra telefónica y después en un banco donde estuvo 16 años. Fue la primera latina que trabajaba en esa entidad.
Una de sus clientas le habló de un programa (Historically Underutilized Business) que obliga a quienes reciban dinero del estado a contratar con empresas de minorías y mujeres. “Es algo que abre puertas”, dice.
El trabajo de su marido le permitió abrir su negocio sin presión por tener que ganar dinero rápidamente. “Es algo que toma tiempo y mucha paciencia”, explica.
Y tuvo que aprenderlo todo. Estudió con ahínco los catálogos de sus proveedores, trabajó entre 16 y 18 horas al día y mandó centenares de cartas a universidades y laboratorios para presentarse. “Dos o tres respondieron, empezábamos con pasos de bebé”. Ella sabía que no tenía el aval necesario para tener un crédito bancario y tomó prestado del 401k para poner en marcha.
Cuevas recuerda que su primera venta fue de $40 y que perdió dinero con ella por el papeleo que tuvo que hacer y costos de entrega. Ahora tiene una facturación que ronda los tres millones de dólares al año.
En tres años se ve jubilada y dando paso a sus hijas en la empresa. “Estamos en esa transición”. Ellas tienen ideas sobre lo que quiere hacer “y serán responsables”, asegura. “Yo les he enseñado lo que he podido, he hecho lo que me tocaba”.
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